El ejercicio es simple, no presenta ninguna complejidad. Solo le pedimos un requisito: abra muy bien los ojos. La escenografía la elige usted: puede ser la parada de colectivo, el bar de la universidad o el restaurante al que suele ir. Escenario: reunión de amigos, conocidos, lo mismo da. Silencio absoluto. ¿Alguien deslizó algún comentario incómodo? No. Es que cada uno de los integrantes del meeting están con la cabeza gacha, chequeando incesantemente su dispositivo electrónico: que el mensaje de texto, que el WhatsApp, que el Twitter, que el Facebook, que la foto que se sube para que lo seguidores hagan clic en “Me gusta”, que la aplicación que acabamos de descargar. En síntesis, cada uno en la suya.
Por supuesto, hay otras frases de ocasión: “Los encuentros ya no son lo que eran” o “¿A dónde fue a parar la sociabilización?”. Lo paradójico de este siglo XXI y sus novedades a cuestas es que lo que parece una broma se puede terminar transformando en un problema. No gravísimo, claro, pero inconveniente al fin. Esta situación que planteamos y que, seguramente, le es tan familiar tiene un nombre: phubbing, que proviene de la unión de dos vocablos en inglés (phone = “teléfono” y snubbing = “desaire”, “desprecio”, “rechazo”). “Se trata del acto de ignorar al otro en un contexto social mientras se presta atención al teléfono. Es una práctica muy descortés: preferimos contestar los mensajes y los avisos del celular o la tableta en vez de dialogar con quien nos acompaña. La masividad en cuanto al uso de los smartphones empezó en 2007 y, hasta nuestros días, su marcha prosigue sin prisa ni pausa.
Hay que darse cuenta de que es mucho mejor mantener una conversación en el mundo real que disfrutar de la fría compañía de un objeto inanimado”, declaró Haigh. La fascinación por estar on-line todo el tiempo se produce por el hecho de que este tipo de experiencias son sumamente accesibles, cada vez más atractivas y, como si fuera poco, proponen actualizaciones de manera incesante. Pero tiene su costado psíquico también. “Al tratarse de una conducta casi obsesiva, el sujeto no puede dejar de verificar los mensajes: siente una atracción por el celular que supera hasta su propia voluntad”, diagnostica el psicólogo Santiago Gómez, director de “Decidir Vivir Mejor” y del Centro de Psicología Cognitiva.
En la misma línea, Isacovich agrega: “Tenemos la ilusión de estar conectados con todos aquí y ahora, en tiempo real. Lo insólito es que eso cumple la fantasía de entrar en el universo del otro y ser parte de él, de traspasar el límite de la intimidad y de la privacidad, algo tan difundido en este presente. Tenemos la imperiosa necesidad de no perdernos absolutamente de nada, de controlar –una y otra vez– cuánto nos reconocen, cuánto nos aprecian, cuán relevantes somos para los demás, cuánto nos consideran, si nos incluyen, si nos descartan…”.
Por: Mariano Petrucci
Fuente: Rincón del Bibliotecario
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